lunes, 21 de octubre de 2013

¿QUÉ ES LA "PAZ"? La dilación de los procedimientos.

Con gran desilusión el presidente Santos tuvo que admitir  de cara a la desmirriada cumbre de países iberoamericanos de Panamá, que el carisellazo de la paz que se jugó para Colombia no le estaba saliendo como lo tenía previsto en consonancia con su agenda para reelegirse.

Después del fracaso de la paz pastranista de la república independiente del Caguán, pasó más de una década para que un nuevo mandatario se hubiese decidido por acometer  la lidia de esta medusa.


Son muchos los intentos que se han emprendido  en el logro de un convenio de paz. Se habla que desde los inicios del gobierno de Alfonso López en el año 74, ya se cruzaban misivas con los jefes de las bandas armadas en procura del inicio de una negociación. Hasta uno de los más connotados oráculos de la oligarquía colombiana, el perínclito hombre del Partido Liberal Carlos Lleras Restrepo tuvo su efímera participación en una comisión de paz durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala.   

Ubicándonos ya en la década de los ochenta , en el cuatrenio del “sí se puede” belisariano,  el hijo del arriero de Amagá  3 días después de posesionarse como presidente  dijo en la escuela militar de cadetes ..”delante de unos regimientos que lo atisbaban entre remisos e incrédulos”…  que  “No quiero que bajo mi gobierno  se derrame una sola gota de sangre de ningún compatriota mío, de ningún soldado …ni de ningún guerrillero, que también son hermanos nuestros”

Desde ese momento se inició para Colombia una de las peores debacles, propiciando  una guerra no declarada que ha producido  centenares de miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos, millones de desplazados internos, despojo de tierras, masacres y toda clase  de iniquidades que superan en número y atrocidad a las que el país y el mundo conocieron de lo que se llamó como la época de la violencia colombiana. 

Ya en este siglo e iniciando la segunda década,  un presidente de prosapia  liberal pero elegido bajo unas banderas inspiradas en un modelo como el del frente nacional que gobernó alternadamente este país por 16 años,  decide jugársela por la paz bajo el taimado propósito de reelegirse.

Al cabo de un año, los maestros del oportunismo  y la marrullería política tratan de  aguarle   a Juan Manuel Santos su postulación al premio nobel de la paz  y posiblemente su reelección para un nuevo período presidencial.

De la agenda de  5 puntos pactados solo se ha negociado uno y eso incompleto. El que paga los platos rotos de este sainete es el pueblo  que ha tenido que soportar bombazos a las torres eléctricas, a los oleoductos, la contaminación de los acueductos y a una incertidumbre peor que a la de los períodos de negativa a cualquier tratativa con los insurrectos,  como fueron los tiempos del uribato.

Santos habla de suspender las negociaciones mientras se hace la campaña electoral que se avecina, soporta el embate de una derecha  muy activa en el rechazo a la mesa de La Habana, pero  sobre todo enfrenta el paso inexorable del tiempo que a todas luces se constituye en el peor enemigo de sus cabildeos de paz  y  las aspiraciones reeleccionistas.

Dejemos  que sea el propio Francisco Mosquera con su pluma y su genio político visionario,  quien les plantee un paradigma de cara a las mismísimas negociaciones de Juan Manuel Santos con la idéntica  banda armada con la que pretendió negociar la paz Belisario Betancur en 1982.

De un artículo escrito por Francisco Mosquera  titulado ¿Qué es la “paz”?   publicamos  una sección que Él llamó “La dilación de los procedimientos”.

LA DILACIÓN DE LOS PROCEDIMIENTOS

"No quiero que bajo mi gobierno se derrame una sola gota de sangre de ningún compatriota mío, de ningún soldado... ni de ningún guerrillero, que también son hermanos nuestros"
El mismo 7 de agosto, ambicionando adueñarse del sentir general, el vencedor del 30 de mayo izó la bandera blanca y arrancó con la tortuosa cruzada. "No quiero que bajo mi gobierno se derrame una sola gota de sangre de ningún compatriota mío, de ningún soldado... ni de ningún guerrillero, que también son hermanos nuestros", dijo en la Escuela Militar de Cadetes, a los tres días de posesionado, delante de unos regimientos que lo atisbaban entre remisos e incrédulos. (2) Lloverían de inmediato las demandas de tres o cuatro ejércitos del pueblo, cuyos estados mayores vislumbraban en los labios disertos del señor Betancur el badajo de la campana anunciadora de las prologales conquistas de la revolución. A partir de entonces la empresa conciliatoria entraría en una nueva etapa, un lento y complejo torneo de aguante, no tanto por las disparidades como por las concordancias. Mientras la rebelión armada se decide a vender caro su aplacamiento, el presidente se resigna a pagar lo que cueste amansarla. Con la resignación de éste crece el precio de aquélla y a la inversa. Al extremo de que el proceso está bastante lejos de tocar a su fin, a causa de la infinidad de materias previstas en las agendas de discusión, y a la abundancia de requisitos, pasos, prórrogas e intervalos por cumplir. ¿Se prefiere pintar la paloma a echarla a volar? ¿O será que los padres de la publicitada apertura democrática obtienen más beneficios de los dolores del parto que de la criatura? Para resolver el misterio al país no le queda otra que la de aguardar a la culminación del suspenso. Hasta ahora conoce únicamente cuanto se han dignado avisarle los meticulosos alarifes de la conciliación: que la "paz" es muy difícil, los trámites muy prolijos y las condiciones muy perentorias. No necesitamos reconstruir toda la trama, puesto que sus bulliciosos y festivos episodios permanecen frescos aún en la memoria de las gentes que los han vivido y padecido minuto a minuto durante más de un trienio. Basta enumerar sus principales pasajes, junto a las disensiones generadas en el seno de diversos estamentos y entidades, con el objeto de disponer de un telón de fondo que nos sirva de referencia para el examen y las conclusiones de rigor.

Cuanto se negoció y discutió, pública y privadamente, lo convenido y aprobado en el Capitolio, las concesiones ofrecidas, todo, se había llevado a efecto sobre la base de que cuando menos los petardos se acallarían y los favorecidos con la gracia oficial no reincidirían en las andanzas por las que se les absolvió.
De entrada hay que anotar cómo los surtidos matices del anarquismo criollo, apenas con la ausencia del ELN y de un ala disidente de las Farc, deponiendo antiguas rencillas se afanan en unificar sus reclamaciones, coordinar sus maniobras y respaldarse mutuamente; lo que ha redundado en el abultamiento de las exigencias elevadas a las autoridades y en la dilación de los procedimientos propuestos. Levantado el estado de sitio en el atardecer de la administración Turbay Ayala y suprimido el nefasto Estatuto de Seguridad, el altercado giró en torno a la libertad de los presos políticos y a la condonación de delitos como el secuestro, la extorsión y el asesinato fuera de combate, que los legistas de la parte opositora identificaban con el eufemístico calificativo de "anexos" a la rebelión, mas para los jurisperitos y centuriones del régimen eran escuetamente "crímenes atroces". El Ejecutivo accede y el Parlamento vota la Ley de Amnistía conforme a los pedidos de los sublevados. Cada quien creyó reafirmar lo suyo: un presidente bufo escenificando el papel de campeón de la confraternidad nacional; unos congresistas borregos sublimando las magnanimidades del despotismo burgués, y unas oligarquías impotentes gloriándose no de eximir de culpa a unos cuantos adversarios detenidos o interdictos sino de perdonarle la existencia a una revolución arrepentida. En lo atinente a los activistas rehabilitados, éstos, una vez abandonaron las cárceles, se calaron sus brazaletes y volvieron a enmontarse, tras la determinación de continuar combatiendo a tiros por los acuerdos entre gobernantes y gobernados y antes de que la patria llegue "al punto del no retomo". Muchos actores y espectadores de la originaria ronda de la "paz" cayeron presa de las naturales sensaciones del desconcierto. La nación se sentía asaltada en su buena fe. Cuanto se negoció y discutió, pública y privadamente, lo convenido y aprobado en el Capitolio, las concesiones ofrecidas, todo, se había llevado a efecto sobre la base de que cuando menos los petardos se acallarían y los favorecidos con la gracia oficial no reincidirían en las andanzas por las que se les absolvió. Plumas exentas de cualquier sospecha de inquina contra el pensamiento y las guapezas de los amnistiados no vacilaron en catalogar de "grave error político" la burla a las expectativas creadas. Esgrimieron razones como éstas: "Se están entregando en bandeja de plata argumentos a la reacción".(3) Ciertamente la ultraderecha, ni corta ni perezosa, ante un país enterado de los litigios por la armonía, saltó a sindicar a los contingentes de la extrema contraria, y una vez más a través de ellos al movimiento revolucionario en su conjunto, de otra atrocidad, la de mofarse de la palabra empeñada. A los pocos días de sancionado el texto legal por el cual se amnistiaban las infracciones de cinco lustros, englobadas las menos defendibles, y cuando ya era del dominio público que las guerrillas no renunciarían a sus azares y rebatos, El Tiempo pronosticó desde su editorial del 25 de noviembre del 82: "El Ejército de Colombia tendrá que afrontar, con el respaldo absoluto de las grandes mayorías nacionales, una lucha abierta que, como todas las de ese género, desatará mucha violencia y generará no pocos muertos". Fue así como aun al diario de los Santos, la conciencia liberal hecha tinta, hasta la fecha parco en sus juicios sobre los desplantes belisaristas, se le exaltó la bilis, llegando al extremo de aguijonear a los militares para que procedan con vehemencia y sin contemplaciones de ninguna índole.(4)

Una incógnita sí había sido despejada: la amnistía no era la "paz".
Con la indignación de quienes inútilmente condescendieron y la perplejidad de los que consideraban un éxito sin paralelo la completa exculpación de los rebeldes, se cerró el capítulo introductorio a este novelado esfuerzo por la convivencia civil. Una incógnita sí había sido despejada: la amnistía no era la "paz". ¿En qué radica entonces? A la audiencia en ascuas los miembros del M-19 replicaron desde las puertas de La Picota con otras interrogaciones. "¿Quién se puede acoger a la amnistía en zonas de guerra si no hay cese del fuego?" "¿Qué vamos a hacer nosotros al salir de la cárcel si sabemos que a nuestros compañeros los están atacando en muchos frentes?" "¿No se está convirtiendo esta situación en un nuevo trampolín hacia la guerra?".(5) Con tales reflexiones quedó inaugurada la fase subsiguiente, cuyo objetivo consistiría en obligar a los dignatarios de los sumos poderes a suscribir una tregua que se tradujera en un tácito reconocimiento de los brazos armados como fuerzas beligerantes. En el lapso anterior la puja se había cifrado en el olvido de todas y cada una de las conductas delictivas; ahora se centraría en la no entrega de los fusiles y en la desmilitarización de las áreas neurálgicas. Nadie descartaba que la Casa de Nariño convendría en agotar otros arbitrios. Mucho antes de la promulgación de la amnistía con que el presidente, a través del Congreso, dispensó todas y cada una de las faltas de sus impredecibles interlocutores, aquél había divulgado sus teoréticas nociones acerca de que el generoso gesto no sería suficiente para ponerle coto a las desconfianzas. Idea que con gusto y al unísono esparcieron a los vientos los propagandistas de la "paz", desde los obispos católicos hasta los pontífices del revisionismo, pasando por la gama intermedia de exégetas y arúspices del emblema que haya despertado las mayores ilusiones en la crónica contemporánea de la nación.

Empero, curiosamente, entre más intérpretes coinciden respecto a los medios y propósitos, el apaciguamiento menos descifrable se torna. Si la primera solicitud de los insurgentes requirió alrededor de tres meses para ser satisfecha, la segunda habría de demorar año y medio en concretarse. Mientras la una cosechó las instigaciones de los gacetilleros de la élite ilustrada en pro de una pacificación a lo Pablo Morillo y se enteró muy pronto del arrepentimiento de la Cámara de Representantes por haber prestado oídos a Belisario Betancur, la otra, ocasionando en su retardo serias fisuras entre la cúpula cuartelaria y su jefe constitucional, repercutiría en la repentina sustitución del ministro de Defensa y en el apremiante licenciamiento de un peligroso trío de generales identificados con las quejas de su superior jerárquico.(6) Landazábal, en declaraciones ampliamente reproducidas por los medios informativos y en juntas reservadas de orden público, precisó de continuo cómo el perdón concedido por la Ley 35 del 21 de noviembre de 1982, regía hacia el pasado y no hacia el futuro de su promulgación, pugnando por una tónica diferente a la presidencial en los tratos con los "subversivos", a los que, en las brigadas, no se les ha dejado de equiparar con la delincuencia común, y ante quienes, por consiguiente, no caben delicadezas ni miramientos singulares. El 17 de enero de 1984, cuando las discrepancias lucieron demasiado obvias e insoslayables, a los oficiales de alto rango se les llamó a calificar servicios.

Temiendo un eventual pleito entre las dos investiduras, los distintos estratos oligárquicos saltaron a apuntalar los fundamentos jurídicos del sistema, así tuvieran que renovarle de relance el respaldo a la administración responsable de empollar tantos entuertos en un tiempo tan relativamente escaso. A la aguda recesión, a los trastornos de los entes bancarios, al insondable déficit fiscal, a la enorme deuda externa y al resto de las falencias materiales ningún burgués deseaba añadir la conmoción anímica de una cura castrense, que en lugar de componer los negocios podría empeorarlos. Las anomalías económicas le ayudaron a neutralizar los enredos políticos al presidente, y éste, por lo menos momentáneamente, se sintió reconfortado para no decaer en su ingrata faena de abogado del diablo.

Sobre las carreras muertas de cuatro militares de tres soles dados de baja por Betancur se convino al fin el alto al fuego.
Sobre las carreras muertas de cuatro militares de tres soles dados de baja por Betancur se convino al fin el alto al fuego,  en desarrollo del pacto de La Uribe, suscrito el 28 de marzo entre la Comisión de Paz y las Farc. Pero el alto no se selló definitivamente, como cabría esperarse, sino por un "período de prueba o de espera" de doce meses y a partir del 28 de mayo. A este armisticio lo seguiría el firmado durante la penúltima semana de agosto por el EPL, el M-19 y un fragmento del ADO, completándose el mosaico de los grupos insurrectos que optaron por tender un puente de tupidas relaciones con el régimen belisarista. De los acuerdos se desprende que los alzados en armas las "depondrán pero no las entregarán", para repetirlo con el giro empleado por algunos de ellos; que habrá otra considerable tardanza con el objeto de verificar la suspensión de las hostilidades, y que las partes involucradas propiciarán más convergencias, de aquí en adelante tras la hazaña de ver por aproximarse a escarificar las purulentas llagas de la Colombia neocolonizada y atrasada, y esto conjuntamente, o sea el país redondo y sin reparos de clase.

Resuelto dichosamente el segundo equívoco, los infatigables compromisarios de la reconciliación se aprestaron a entrar en el tercer laberinto: el Gran Diálogo Nacional.
En suma, el forcejeo, en lugar de simplificarse y acortarse a medida que transcurre, se ha enmarañado y dilatado enormemente. En compensación, los colombianos consiguieron saber que la tregua tampoco era la "paz". Resuelto dichosamente el segundo equívoco, los infatigables compromisarios de la reconciliación se aprestaron a entrar en el tercer laberinto: el Gran Diálogo Nacional, con mayúsculas. Cual su nombre lo indica, esta secuencia reside en emprender una intrincada polémica acerca, de los candentes antagonismos políticos y de las profundas privaciones económicas y sociales del país, con la participación de todas las fuerzas vivas, comprendidos los gremios patronales y los sindicatos obreros, los directorios partidistas y las asociaciones de consumidores, los cuerpos colegiados y la acción comunal, la curia y los usuarios campesinos, la guerrilla y el ejército. La autoría de la ingeniosa fórmula pertenece al M-19 que la concibió con bastante anticipo, mientras que la supresión previa de los combates y la verificación de la misma por un año fue más bien inventiva de las Farc. Cada estado mayor insurgente se arrima a la mesa de negociaciones con su propio portafolio de requisitos y reclamos, de cuyo estricto acatamiento depende la conservación de su autonomía e identidad. Y puesto que la alianza los obliga a secundarse entre si, refrendando sin falta las varias peticiones, por redundantes o engorrosas que fueren, el proceso pacificador con cada etapa vencida no gana ni en concisión, ni en rapidez, ni en claridad.

No obstante los dones milagrosos y la desusada ocurrencia que les atribuyen sus promotores a las conversaciones entre las diferentes clases y corrientes políticas, los intentos de amortiguar el choque de los intereses encontrados mediante la persuasión de la plática son tan viejos como el "contrato social" de Rousseau. En el Continente no hay burguesía que en cierto momento histórico no hubiese puesto en vigor el cacareado "diálogo" y algunas, incluso, a semejanza de lo acaecido en el Perú bajo la férula del general Velasco Alvarado, han conseguido rubricar compromisos de reformas con estamentos organizados de la población. Entre nosotros, y sin ir más allá del interregno del Frente Nacional, el mandatario de turno con frecuencia habla y propicia la "concertación" o el "pluralismo ideológico" sin necesidad de abrumarlo con operaciones terroristas.

López Michelsen, inmediatamente después de ascender al solio en 1974, en un arranque de contagiosa demagogia llamó a un entendimiento global entre los principales sectores vinculados a la producción, conformando la célebre "comisión tripartita" que agrupaba a patronos, sindicalistas y gobierno, y a la que un buen día recibió en la residencia presidencial para avisarle que la nación atravesaba por un período crucial, ante el cual se requería del noble renunciamiento de magnates e indigentes por igual. El mamertismo, que integraba la comisión y asistió a la reunión de Palacio, dejó una lastimera constancia en protesta por la burla de que había sido objeto la membrecía revolucionaria. Luego se decretaría la emergencia económica con su rosario de impuestos y alzas contra el pueblo, de prebendas para los grandes potentados y demás medidas antinacionales y antipopulares que distinguieron al "mandato de hambre". Y en lo que llevamos del "sí se puede" ya hubo un primer ensayo de las discusiones multilaterales, cuando se convocó en septiembre de 1982 la "cumbre" de colectividades partidistas. Fuera de los funcionarios gubernamentales y de algunos de los fragmentos en que se hallan divididos el liberalismo y el conservatismo, concurrieron el Partido Comunista y el M-19, encabezados por Gilberto Vieira y Ramiro Lucio, respectivamente. Que valga destacar, el señor Vieira "pidió romper el monopolio bipartidista en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores", es decir, cursó la solemne demanda de una silla para su agrupación en dicho organismo; y el señor Lucio anotó que "en los diez puntos del ministro de Gobierno están contenidos los problemas fundamentales de la vida colombiana".(7) Los contactos, el intercambio de opiniones y los concursos de oratoria entre clases y entre gremios, congregados de trecho en trecho por las burguesías dominantes, no tipifican, pues, ninguna revolucionarizaci6n de las modas democráticas, ni en Colombia, ni en América Latina, ni en el resto del mundo. Además, al cierre de tales floreos los trabajadores de ordinario confirman cómo se les ha extraviado algo de sus magras entradas o de su independencia política.

Notas.
2 El Espectador, agosto 11 de 1982.

3 Aludimos a una columna de Daniel Samper Pizano, difundida por El Tiempo del 26 de noviembre de 1982. Samper colaboró con su colega Enrique Santos Calderón en la fundación del grupúsculo hipomamerto Firmes, al que luego renunciaron ambos, dejando el malogrado ensayo partidista en manos de Gerardo Molina, Diego Montaña Cuéllar y Jorge Regueros Peralta, miembros supérstites de la generación de la "revolución, en marcha" de los años treintas.
Cinco días antes Santos Calderón también había comentado que "no entiendo el recrudecimiento de acciones armadas por parte de movimientos guerrilleros que vienen hablando de paz y apertura democrática. A veces da la impresión de que el gobierno, de Betancur les hubiera cogido la caña al promulgar una amnistía para la que en el fondo no estaban preparados, o que tal vez no esperaba".
En igual forma se expresaron otras personas a las cuales nadie podrá tachar de propugnadores de la represión anticomunista. El candidato presidencial del señor Gilberto Vieira en 1982, Gerardo Molina, según, noticia de la fecha arriba mencionada y de la sección política de El Espectador a cargo del redactor Carlos Murcia, "pidió a Jaime Bateman y sus compañeros que recapaciten porque sería un grave error político que rechazaran la amnistía que se les brinda de manera tan amplia y que la utilizaran sólo como una treta para obtener la libertad de sus presos".
 Y el 29 de noviembre, por información de El Tiempo, el mismo Molina se atrevió a asegurar lo siguiente:
"...tal vez por las condiciones en que ha vivido en los últimos años distanciado del país, metido en el monte, sin referencias de lo que se vive en las ciudades-, Bateman no está en condiciones de darse cuenta de lo que la opinión nacional desea.
"Me da la impresión de que es un hombre temperamentalmente inestable, que fluctúa mucho, y eso lo lleva a que adopte en poco tiempo líneas de conducta muy diversas".
El 26 de noviembre, la articulista de El Espectador, María Teresa Herrán, exhaló así su desencanto: "A la opinión pública le queda la impresión amarga de que, en cierta forma y mientras no se le demuestre lo contrario, el M-19 le ha estado mamando gallo al país. La expresión muy criolla y muy colombiana es la precisa para calificar esa inconsistencia en las determinaciones, o esa manera poco franca de ir sacando las cartas poco a poco para ridiculizar a la contraparte".
Hasta doña Clementina Cayón, la señora madre del entonces jefe máximo del M-19, en entrevista concedida a El Espectador del 24 del mes referido, manifestó su sorpresa: "La verdad que he quedado completamente desconcertada, ya que yo estaba convencida de que él se acogería a la amnistía en esta semana aquí en Santa Marta y más concretamente en la Quinta de San Pedro Alejandrino, pero tal parece que cambió de pensamiento y eso en realidad me tiene bastante preocupada y me ha puesto muy triste y no sé lo que pueda pasar de aquí en adelante".
Las anteriores opiniones son apenas unas cuantas de las muchas propaladas a raíz de la expedición de la última amnistía y de la respuesta que a ésta le dieron los alzados. Las traemos para ilustrar los aturdimientos que, entre los más sinceros defensores de una pacificación voluntaria, produjeron los rumbos inusitados hacia los cuales confluyó el primer intento de "apertura" de Belisario Betancur. Testimonios irrefragables en los que falta, por supuesto, el no menos autorizado de Gabriel García Márquez, quien, asimismo, plantó sus pinitos críticos por aquella data y en idéntica dirección.

4 No obstante el riesgo de aburrir a los lectores a punta de citas, recordemos algunos de los pronunciamientos de los otros matutinos de la capital, a guisa de prueba del enojo oligárquico. Conste que nos limitamos a un sector representativo sí pero reducido de la gran prensa, cuando 1982 agonizó en medio de las sanguinolentas amenazas de célebres figuras de la alianza bipartidista dominante que se sintieron majaderamente engañadas con los precarios frutos de la amnistía.
La República, órgano de la antigua vertiente ospinista aliada cercana del pastranismo, estuvo permanentemente objetando la suavidad del gobierno frente a la insurgencia guerrillera. El 25 de noviembre de 1982 se reafirmó todavía más en sus malos augurios:
"La actitud de los alzados en armas que orienta Bateman no nos sorprende. Nunca creímos en su sinceridad y en sus deseos de regresar a una vida normal y civilista. Distantes de este tipo de ingenuidad así lo creímos y por ello nunca nos arrebató el lirismo de la operancia de la amnistía (...).
"Se impone una vez más, algo que permanece irreductible en nuestras convicciones: el total apoyo e irrestricta confianza para nuestro ejército".
Ese mismo día El Espectador, a pesar de haberse constituido en un apoyo constante para Betancur desde las toldas liberales, de todas maneras conminó al presidente a salvaguardar la "integridad nacional":
"...a la actitud asumida por los dirigentes del M-19, no se puede dar más que el calificativo de una treta inaceptable para el país y el Gobierno. Porque, sencillamente, esconde una burla y pone de bulto una contradicción flagrante en sus propósitos (...)
"No se hace así la paz. Entre otras razones, porque la Constitución Nacional ha erigido al Presidente de la República en jefe supremo de las Fuerzas Armadas, y le ha confiado la guarda de la integridad nacional, que no se vulnera sólo cuando el extranjero huella su territorio, sino también cuando se consiente por omisión o por gratuita dádiva el cogobierno paralelo".
Y el 23 de noviembre, El Siglo, por ser el vocero de Álvaro Gómez Hurtado, ex embajador en Washington, ex designado y virtual candidato único del conservatismo para las elecciones presidenciales de 1986, había fijado su posición en términos un tanto diplomáticos:
"Sería inapropiado que insistieran en otros puntos adicionales para plegarse a la amnistía. Primero que todo porque ella no es una negociación entre el Estado y los grupos guerrilleros, sino una concesión de la autoridad legítima a quien no la tiene. Y en segundo lugar porque la 'tregua' que solicitan los guerrilleros, y que implica una desmilitarización de los territorios donde se desarrolla la lucha, equivaldría a otorgarle a la guerrilla, en su aspecto militar, un carácter de beligerancia idéntico al del estamento militar legítimo del Estado, y a entregarle, por lo tanto, un importante territorio de la nación. La amnistía no puede convertirse en una descalificación del Ejército colombiano, ni es una tregua entre dos fuerzas enfrentadas. El Ejército tiene la misión constitucional de velar por la integridad del territorio patrio, y esa misión es inalienable y por lo tanto debe cumplirse".

5 El Espectador, noviembre 24 de 1982.

6 Decimos que hubo arrepentimiento de la Cámara porque, como se recuerda, la corporación, con todo y haber expedido alborozadamente la amnistía, aprobó poco después una destemplada proposición contra la Presidencia de la República, rechazando casi que por unanimidad la invitación a que una comisión de parlamentarios asistiera al "Banquete de la Paz", organizado en el Hotel Tequendama por Belisario Betancur. Aunque el choque entre los dos órganos del poder debióse en realidad a que el Ejecutivo objetaba las dietas del Congreso, los representantes decidieron desquitarse evocando la memoria de Gloria Lara, asesinada no hacía mucho por el grupo que la había secuestrado, y vaticinando el fracaso de la política pacificadora. El 2 de diciembre de 1982, El Tiempo reveló apartes de la proposición de la Cámara.

7 El Tiempo del 16 de septiembre de 1982 dio una detallada informaci6n sobre los inocuos resultados de la "cumbre política".
                                                                                             




  

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