![]() |
Francisco Mosquera; maestro del proletariado internacional, fundador del MOIR. |
La rebelión campesina
por la transformación del campo presta nervio y pulso a la revolución de Nueva Democracia.
LA
REVOLUCIÓN DE NUEVA DEMOCRACIA Y SU PASO AL SOCIALISMO, escrito que hace parte del editorial del
periódico TRIBUNA ROJA No.33 del mes de
Marzo de 1979 titulado EL CARÁCTER
PROLETARIO DEL PARTIDO Y SU LUCHA CONTRA
EL LIBERALISMO. Documento magistral
de FRANCISCO MOSQUERA SÁNCHEZ, fundador del Movimiento Obrero Independiente y
Revolucionario MOIR.
Nos lleva a publicar este escrito que cobra gran actualidad, las grandes protestas campesinas como no se conocían en Colombia desde hace muchos años. Se pone de manifiesto nuevamente un asunto que la oligarquía se empeña en negar y ocultar para su propia conveniencia, y que los arúspices de la neoizquierda colombiana consideran desactualizado: la pérfida distribución de la propiedad rural en el campo.
Nos lleva a publicar este escrito que cobra gran actualidad, las grandes protestas campesinas como no se conocían en Colombia desde hace muchos años. Se pone de manifiesto nuevamente un asunto que la oligarquía se empeña en negar y ocultar para su propia conveniencia, y que los arúspices de la neoizquierda colombiana consideran desactualizado: la pérfida distribución de la propiedad rural en el campo.
La situación de gravedad en el campo colombiano ha llegado a tanto que uno de los cuadros más caracterizados de la burguesía colombiana como lo es José Antonio Ocampo, primer ministro de agricultura del gobierno aperturista de César Gaviria, lo llevó a afirmar para el periódico El Espectador el 31 de Agosto de 2013 que “…la protesta agropecuaria está sacando a flote viejos y nuevos problemas del campo. Entre ellos, la estructura de la propiedad rural…”
Ni los dinerosos ni los mismos jefes de la izquierda colombiana -en todos sus matices- estaban preparados para enfrentar el gran movimiento campesino que estremeció los 4 puntos cardinales de la nación en el mes de Agosto.
“El tal paro nacional agrario no existe” se apresuró a decir el Presidente Santos al segundo día de iniciado el movimiento. Esta irresponsable muestra de cinismo desató las iras de los enruanados de Colombia, radicalizando y generalizando la protesta campesina.
Luego de enormes y valientes luchas por parte de los campesinos de todas las regiones, climas y productos de la tierra, el gobierno de Santos se vio obligado a sentarse a negociar, a recoger su desafiante demagogia y a comprometerse con la opinión nacional en un emperejilado “Pacto nacional por el agro”, armadijo al que no le caminaron los protagonistas de la protesta.
Quedan grandes enseñanzas y los jefes de la izquierda nacional están obligados a sintetizarlas para saber impartir en un futuro las orientaciones correctas que este tipo de acciones ameritan. No creo que el fondo del asunto solo sea la lucha de unos pequeños productores del campo contra los tratados de libre comercio, impuestos gradualmente a la sociedad colombiana desde el mandato gavirista de 1990 y con la anuencia de la constitución celestina del 91.
El país comienza a despertar y a cuestionar la insoportable dependencia de la nación hacia los imperialismos parásitos que pelechan al abrigo del empobrecimiento de los productores y trabajadores nacionales.
Los pobres del campo empiezan a columbrar que la perversa estructura de la propiedad rural es una de las talanqueras más importantes para su progreso y el de la nación. Y lo más resaltable; la gran lección que representó la inmensa solidaridad del país hacia la justa lucha del campesinado nacional.
La publicación de este documento es una contribución teórica al enriquecimiento y fomento del debate de las pasadas gestas, a la luz de la genialidad del pensamiento de un maestro del proletariado continental como lo fue Francisco Mosquera.
Los encabezados de los párrafos son del editor. Editorial ZOILO. Ediciones Línea Roja. Bucaramanga Septiembre de 2013. beelcebu@yahoo.es .
CONFORMAR UN
FRENTE PATRIÓTICO PARA LUCHAR CONTRA LA OPRESIÓN IMPERIALISTA Y POR EL LOGRO DE
LA INDEPENDENCIA NACIONAL.
Ya precisamos
cómo, por las características del país, el proletariado colombiano, para la
etapa actual, plantea la revolución nacional y democrática y en esa dirección
invita al resto de clases y sectores explotados y constreñidos a conformar un
frente patriótico, que aglutine al
noventa por ciento y más de la población. En otras palabras, aplaza su programa
socialista -inherente a su naturaleza de clase, propio de los intereses de los
trabajadores desposeídos y asalariados-, enderezado, en el plano económico,
hacia la eliminación de la propiedad capitalista, y con ella, de toda propiedad
privada sobre los medios de producción, los cuales pasarán al dominio
colectivo; y, en el plano estatal, hacia la sustitución de la dictadura
burguesa sobre el pueblo por la dictadura proletaria sobre la burguesía. Pero
esta determinación de diferir para luego sus máximos objetivos no obedece a un
acto gratuito.
Existen factores materiales poderosos para ello, que, de no considerarse, atrasarían antes que acelerar la llegada del socialismo.
Existen factores materiales poderosos para ello, que, de no considerarse, atrasarían antes que acelerar la llegada del socialismo.
A pesar de padecer el despojo de varias potencias imperialistas, Colombia es incuestionablemente uno de los tantos satélites que giran en la órbita de los Estados Unidos. Los monopolios norteamericanos cargan con casi todo el botín, del que dejan una porción para sus criados colombianos, la gran burguesía y los grandes terratenientes, encargados de ejecutar sus órdenes, patrocinar el saqueo y apalear al pueblo desde la cúpula de la república oligárquica.
El imperialismo saca sus astronómicas ganancias preferencialmente por los varios conductos en que campea el capital financiero, a saber, las inversiones directas en la industria, el predominio sobre la red bancaria y el fomento de la deuda pública. Así coloca bajo su égida el mercado interno y externo del país, amén de todas las arterias de la economía. El pillaje se viene efectuando desde las postrimerías del siglo XIX y en el transcurso del siglo XX, a la sombra de los sucesivos gobiernos de la democracia representativa, que han incrementado progresivamente su injerencia en el sórdido mundo de los negocios, hasta levantarse con su abigarrada trama de oficinas, institutos, fondos y dependencias especializadas en árbitro supremo de todas la transacciones. O sea, perfeccionar un poderoso capitalismo monopolista de Estado, en cuyas manos paquidérmicas quedó al fin y al cabo la facultad omnímoda de escatimar la riqueza y prodigar la miseria. Se comprende que los inventores y manipuladores de semejante máquina descomunal tórnanse amos absolutos de la situación. Y estos son los monopolios imperialistas norteamericanos, que se valen de la venalidad y traición de las clases oligárquicas colombianas, la gran burguesía burocrática, financiera y compradora y los grandes terratenientes, para supervisar las medidas oficiales y someter a la nación entera. Por eso afirmamos que Colombia es una neocolonia de los Estados Unidos.
El país, no obstante haber salido hace más de siglo y medio de la Colonia, no logró consumar su evolución capitalista ni mantener su independencia, digamos, como lo realizaron en el pasado algunas repúblicas del viejo continente, luego de enterrar la Edad Media y perfilar sus fronteras nacionales. El capitalismo criollo colombiano no había aprendido a gatear siquiera cuando el imperialismo norteamericano comenzó a adueñarse de América Latina. Las ventajas relativas iniciales que le reportara para su despegue este hecho, concernientes a la apertura de vías de comunicación, a la activación del comercio o al contacto con los adelantos técnicos, se fueron esfumando gradualmente, hasta el extremo de que hoy la condición previa para su desenvolvimiento radica en la más completa remoción de la interferencia imperialista.
Por comprobación práctica sabemos que los influyentes emporios industriales pertenecen a firmas extranjeras o tienden hacia allá. El llamado sistema de asociación de capitales foráneos y nativos, como el que impera en las empresas del Pacto Andino y últimamente en la explotación petrolera, no pasa de ser el taparrabo con el que el imperialismo y sus intermediarios pretenden ocultar el fenómeno protuberante de que las factorías más avanzadas de Colombia, antiguas o recientes, de origen extranjero o autóctono, se encuentran ya bajo el poder de los trusts internacionales o están previstos los mecanismos indoloros para ello. De otra parte, la sobreviviente producción capitalista nacional, mediana y pequeña, sufre los rigores del crédito usurero, del encarecimiento y escasez de insumos y materias primas, de los recargos tributarios y de las demás reglamentaciones gubernamentales discriminatorias; mientras los pulpos imperialistas, que disfrutan de todas las franquicias concedidas por el Estado y acaparan los recursos naturales del país, la desalojan día a día de la competencia. Fijémonos cómo los esporádicos apogeos de la industria agrícola colombiana no monopolista son borrados por los duros golpes que le propina a menudo el imperialismo, al restringirle el mercado, distorsionarle los precios de sus productos, desmejorar los insumos que le suministra, etc. El grueso de los industriales pequeños y medianos, débiles económica y políticamente, acorralados por los monopolios y olvidados del gobierno, componentes de la denominada burguesía nacional, el ala progresista de la clase burguesa colombiana, guarda, pues, contradicciones insalvables con el imperialismo y sus lacayos, y puede llegar, bajo determinadas condiciones, a aliarse en esta etapa histórica con las fuerzas revolucionarias e ingresar al frente patriótico. Como le teme también al pueblo y a la revolución, oscila de un lado para el otro, alimenta las ilusiones reformistas y, cuando soplan los vientos retardatarios se le pliega a la reacción. El proletariado, empero, ha de procurar el entendimiento con esa capa, apuntando a garantizar la unión de la casi totalidad de la población colombiana y a privar a la oligarquía traidora de cualquier sostén significativo, sin deponer obviamente la lucha sistemática y adecuada contra sus posiciones vacilantes y oportunistas.
TIERRAS OCIOSAS SIN HOMBRES Y HOMBRES
LABORIOSOS SIN TIERRAS. EN ESO SE COMPENDIA LA CONTRADICCIÓN DEL AGRO
COLOMBIANO.
El otro
obstáculo, no por secundario carente de importancia, que se yergue contra el
desarrollo del capitalismo colombiano, lo hallamos en los remanentes feudales
de la producción agropecuaria, los cuales toman cuerpo tanto en los latifundios
incultivados como en los minifundios improductivos. Bajo las circunstancias
vigentes de atraso del país, acentuado
particularmente en el campo, la distribución de la tierra en hatos gigantescos
de 500, 1.000 y más hectáreas, o de menos, según las regiones, y en predios
diminutos de una o media hectárea, por lo general de mala calidad e
insuficientes para la subsistencia de una familia, constituye formas de
propiedad que impiden un conveniente aprovechamiento de los recursos y medios
productivos disponibles. Por norma, ni el latifundista efectúa o puede
introducir innovaciones y métodos avanzados en los enormes fundos, que
representen un progreso genuino; ni el
campesino posee la tierra necesaria para realizar, con la ayuda de sus aperos
de labranza y de sus brazos, los aportes decisivos suyos a la prosperidad de la
nación. Si se exceptúa el área mecanizada, que penosamente se acerca al millón
de hectáreas, el paisaje de las comarcas rurales se restringe por lo común a
pastizales ilímites para la ganadería extensiva, la mayoría de los cuales son
prácticamente praderas naturales cercadas de alambre; o a minúsculos pegujales
heróicamente sembrados en las laderas de las montañas y depresiones desérticas,
más como testimonios elocuentes del amor al trabajo de las masas campesinas que
como solución efectiva para aplacar el hambre. Tierras ociosas sin hombres y
hombres laboriosos sin tierras. En eso se compendia la contradicción del agro
colombiano. En un polo, 25.000 terratenientes detentan 17 millones y medio de
hectáreas, y en el otro, más de un millón de familias de campesinos pobres y
medios no alcanzan a sumar 7 millones de hectáreas, tal cual lo registra el
censo oficial de 1970. Esta descompensación abismal en la propiedad, junto a la
supervivencia de los procedimientos tradicionales y rudimentarios de laboreo,
prolongan desde épocas inmemorables hasta nuestros días la dependencia y
sojuzgación de las masas campesinas depauperizadas a cargo de los dueños de las
grandes haciendas. La pausada y tardía evolución del capitalismo en el campo y
la descomposición progresiva del campesinado hacia la indigencia total y la
proletarización, y hacia el enriquecimiento de una porción ínfima, o
aburguesamiento, no han relegado de la escena el antiguo régimen de explotación
terrateniente, ni la lucha de los campesinos por la tierra como motor de la
transformación social. Tras la envoltura del dinero y de las relaciones
mercantiles palpita todavía cuanto queda del agónico sistema de expoliación
heredado del feudalismo; por eso sostenemos que Colombia es un país semifeudal,
en donde, y debido a los vestigios supérstites de aquel sistema, el capitalismo
colombiano tropieza con otra traba importante para su desenvolvimiento.
Veamos de qué manera la extirpación de este escollo se ha visto a su vez entorpecida por el sometimiento neocolonial del imperialismo norteamericano.
EL IMPERIALISMO COMO FASE SUPERIOR DEL
CAPITALISMO Y SU ACCIÓN DE RAPIÑA EN COLOMBIA.
El imperialismo,
como fase superior del capitalismo, suprime la libre competencia e inaugura el
reinado de los monopolios. La concentración económica y el agigantamiento del
capital financiero, el auge de la ciencia y su aplicación en los procesos
fabriles, el incremento desmesurado de los medios de producción y el trabajo de
millones de personas pendiente de un solo centro, han llegado a un punto tal en
naciones como los Estados Unidos, que la industria entera está ya organizada
alrededor de unos cuantos trusts. La ordenación monopolística es fruto del
antagonismo entre el ensanchamiento constante y desaforado de las fuerzas
productivas y el crecimiento siempre menor de las posibilidades del mercado: la
oferta sobrepasa la demanda, los consumidores no tienen acceso sino a una parte
mínima de las mercancías, la riqueza creada exuberantemente no encuentra
usufructuarios suficientes por la pobreza de las masas, el libre cambio deja el
paso a una lucha sin tregua ni cuartel de obreros y burgueses y de burgueses
entre sí. Aunque el monopolio controla el consumo, impone de antemano los
precios y tritura a los competidores más débiles, lejos de resolver las
contradicciones específicas de las relaciones capitalistas, por las cuales ha
surgido, las ahonda, las propaga a nivel internacional y las agota, permitiendo
el alumbramiento de la nueva sociedad, el socialismo, donde la apropiación
colectiva de los medios de producción concilia las necesidades de los
productores con la incesante abundancia de los productos.
Como su dilema se concreta en diseminarse por el mundo o perecer, la rapiña o la asfixia, el imperialismo pretende curarse de todas sus enfermedades reinstaurando el sistema colonial. Pero con el hallazgo en las naciones sojuzgadas de compradores cautivos para sus artículos, de fuentes baratas de materias primas y de opciones favorables de inversión para sus capitales, no hace otra cosa que reeditar el círculo vicioso de la capacidad productiva frente a la estrechez de los mercados y la penuria de las gentes, agrandándolo y transportándolo a las pugnas entre potencias imperialistas por el reparto del orbe, origen de las guerras mundiales, y a la confrontación de los países oprimidos y la metrópoli opresora. Las guerras son el expediente favorito con que el imperialismo destruye las fuerzas productivas suyas sobrantes, englobando a los obreros desocupados, o “ejército de reserva”, a los que avienta al matadero ataviados con trajes de campaña. Si al engrosar el séquito de sus colonias o neocolonias, los monopolios aflojan la válvula de escape en sus respectivas repúblicas y bajan algo la presión contra sus connacionales, es porque redoblan el peso de la explotación sobre los pueblos ajenos, radicando en ello su existencia y viabilizando la revolución por todas partes.
Siguiendo ciegamente esas leyes se comporta el imperialismo norteamericano en su desvalijamiento de Colombia. Estrangula en la cuna a la enclenque competencia del capitalismo criollo, al que le invade sus mercados, le sustrae sus recursos naturales, le interviene el crédito. No es un asunto de cantidad, de regulaciones, de prohijar lo lucrativo y neutralizar lo pernicioso, como hipócritamente conceptúan los liberales de “izquierda” al referirse a las calamitosas repercusiones de los gigantescos trusts, que manejan miles y miles de millones de dólares, con sucursales y ramificaciones en los cinco continentes y dispuestos a sobornar ministros, derribar gobiernos y cebar conflictos bélicos con tal de no dejar de expandirse un solo instante. Se trata de la convergencia de dos crisis que se acoplan pero que se agudizan recíprocamente: la de la gran potencia, por cuya opulencia le estorba el modo de producción capitalista, y la de la mayoría de los satélites neocoloniales, por cuya escasez le falta madurarlo todavía. Estados Unidos naufraga en una superabundancia sin salida y Colombia languidece en el atraso. El capitalismo estadinense ha evolucionado hasta verse impelido a pisotear los linderos de otros países; el capitalismo colombiano, al revés, víctima aún de los rezagos feudales, está apenas en una etapa inicial que requiere con acucia de la protección de sus fronteras como nación.
Cualquier progreso nuestro, real, consistente y durable, sería a costa de suprimir el dominio de los monopolios extranjeros, lo cual no es posible sin el rescate de la soberanía; y viceversa, cualquier expansión en nuestro espacio de los consorcios imperialistas, merma las probabilidades de esparcimiento de la producción nacional y redunda en la injerencia foránea en los asuntos internos. El estancamiento del país sirve de complemento a la desobstrucción del imperialismo. Por eso los imperialistas tienden naturalmente a apuntalar y convivir con las formas parasitarias y arcaicas de la economía de Colombia, el capital financiero y el régimen terrateniente, con cuyos representantes se coligan, puesto que no les hacen contrapeso a sus proyectos de substracción de las materias primas, de venta de sus artículos manufacturados, de instalación de emporios fabriles, o de apoderamiento de los ya establecidos, y más bien les coadyuvan a auspiciar la quiebra y la dependencia de los colonizados. Los parcos desarrollos que permiten en algunos renglones secundarios de la industria o la agricultura colombianas obedecen a que no lesionan sus intereses; pero en cuanto les compitan, adentro o afuera, procederán sin contemplación ninguna a prevalerse de sus fueros. Bajo la opresión neocolonial nuestros avances, si los hay, serán siempre accesorios, recortados, temporales y condicionados, entretanto el atraso simbolizará nuestra paga y la perspectiva inequívoca. El florecimiento de los negocios imperialistas en Colombia presupone que ésta continúe sumida en el semifeudalismo y la miseria. Los campesinos en su contienda secular por la tierra tendrán por consiguiente que derrotar no sólo la persecución económica y política de los grandes terratenientes, sino la de los aliados de éstos, el imperialismo y la gran burguesía. Sin embargo, en ese magno empeño no están solos; los acompañan el proletariado, que proporciona la dirección revolucionaria, y el resto de fuerzas y sectores progresistas que propugnan también la independencia y el bienestar de la nación. La rebelión campesina por la transformación del campo presta nervio y pulso a la revolución de nueva democracia.
A COLOMBIA
POR SU ÍNDOLE NEOCOLONIAL Y SEMIFEUDAL, LE COMPETE EN ESTA ETAPA LA EJECUCIÓN
DE UNA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA DE LIBERACIÓN NACIONAL.
A Colombia, por
su índole neocolonial y semifeudal, determinante de su situación de ruina y
dependencia, le compete ejecutar una revolución democrática de liberación
nacional y no socialista. No obstante nosotros pertenecemos a un partido obrero
y por ende proclamamos el socialismo y el comunismo. ¿Significa esto que
tengamos que marginarnos de los acontecimientos actuales? ¿O para
incorporarnos, renunciar aun cuando sea momentáneamente a las posiciones del
proletariado? Ambas hipótesis carecen de asidero. Vamos a adherirnos
activamente a la modificación revolucionaria de Colombia, y conforme a los
intereses de la clase obrera. No sería la primera vez que los comunistas
ofrezcan su contingente a una lucha que no corresponde a la suya, según la más
estricta interpretación de clase. Ya en los días de Marx y Engels encontramos a
los adalides del socialismo combatiendo a favor de los cambios
democrático-burgueses, tanto por el hundimiento de la rancia nobleza y del
absolutismo como por la salvaguardia de la autodeterminación de las naciones. Y
desde entonces afloraron las diferencias irreconciliables de la burguesía y el
proletariado, en los postulados y en el comportamiento, dentro del democratismo
revolucionario. Ante el peligro potencial de la insubordinación de sus
esclavos, los obreros, los próceres del capital empezaron a buscar el dominio
político por el atajo de las negociaciones y de la componenda con la
aristocracia relegada a la sazón del poder económico y social, temblando porque
la drasticidad en las acciones pudiera prender la mecha del levantamiento
popular, o porque la amplitud de las instituciones democráticas a punto de
estrenarse fuese usada en su contra por la plebe. Los fundadores del socialismo
científico, sin descartar la marcha conjunta con los burgueses en el histórico
designio de sepultar la monarquía y la propiedad territorial feudal,
aconsejaban e impulsaban la crítica despiadada contra las propuestas
conciliadoras de aquellos, a tiempo que exigían la íntegra y radical
destrucción del viejo régimen, con el objeto de que la sociedad burguesa
naciera libre de las taras del pasado que eclipsan la epopeya de los
asalariados por su emancipación. La república más democrática tipifica la arena
ideal para los gladiadores de la causa socialista, y poner la planta en ella
será el principio de su triunfo final. Se comprende que los comunistas
alimentemos, aún en la realización de una revolución democrática, discrepancias
sustantivas con los sectores más progresistas de la burguesía, y que en cada
caso, en la defensa de cualquier reivindicación concreta, sea nuestro deber
realzar la orientación proletaria de la misma. Sin ello las inmensas mayorías
populares no tendrían cómo guiarse ni jamás se familiarizarían con el
socialismo. En las infinitas batallas por la democracia más plena el pueblo
captará que su ventura se funda en el soporte que les suministre a la clase
obrera y a su partido.
Vale la pena llamar la atención sobre ese complejo de liliputiense frente al gigante Gulliver que embarga a los burgueses nacionales cuando encaran los desmanes del monopolio. A lo más que se han atrevido es a implorarle al gobierno fantoche que los socorra, promulgando medidas restrictivas de los privilegios que se arrogan las grandes compañías y las entidades financieras. Y en efecto, en el Parlamento cursa una ley dizque contra la concentración económica, otra burla al país, con que la bancada liberal arma mucho ruido sobre su receptividad a los reclamos de pequeños y medianos industriales y se da aires de sapientísima protectora del bien público, sin que considere incompatible reconocer simultáneamente su medrosa gratitud por la labor benéfica de las sociedades anónimas y del capital extranjero. ¿Qué dice nuestro Partido al respecto? La expropiación de todo monopolio y su paso al Estado compuesto por las clases y sectores democráticos y patrióticos, en el que se le reservará su butaca, desde luego, a la burguesía nacional. Única resolución seria y digna de tomarse en cuenta en pro del progreso colombiano y del beneficio de las masas trabajadoras de la ciudad y el campo, que pone coto de verdad y no demagógicamente al vandalismo de los trusts y provee a la nación de las herramientas imprescindibles para recuperar los recursos naturales y ejercitar su soberanía. El abismo que media entre una y otra definición, la burguesa y proletaria, hay que hacerlo palpable para todos, así en un comienzo nos veamos en apuros; de suyo el precio que abonaremos dichosos para que el pueblo se abastezca de una guía segura en su ascenso hacia la liberación y desbroce su unidad alrededor de las enseñas de la clase obrera. Igual cosa diríamos de los restantes problemas de Colombia.
APREMIAMOS LA CONFISCACIÓN DE LA
TIERRA DE LOS GRANDES TERRATENIENTES Y SU REPARTO ENTRE LOS CAMPESINOS QUE LA
TRABAJEN.
Ante los
vestigios feudales, la burguesía criolla prefiere que éstos se disuelvan en el
lentísimo y escabroso transcurso del apoderamiento a cargo del capital de una
de las zonas agrícolas, o mediante la metamorfosis de los hacendados señoriales
en caballeros de industria. Dentro de ese esquema encuadran las reformas
basadas en la compra cara de una migaja de las posesiones terratenientes, la de
menor fertilidad, para a su vez revendérsela a los campesinos bajo
estipulaciones irritantes, o en las tan publicitadas obras de adecuación que no
son más que mejoras introducidas por el Estado, al costo de considerables
erogaciones presupuestales, para valorizar los grandes fundos. Reformas éstas
cumplidas por la oligarquía colombiana con sujeción a los dictados del
imperialismo norteamericano. La financiación proviene de los empréstitos
externos, cuyas amortizaciones e intereses se respaldan con mayores gravámenes
fiscales, verbigracia, el despojo de los obreros y del pueblo. Soluciones
reaccionarias que implican contemporizar con el atraso al mantener para el
campo en lo sustancial la obsoleta economía terrateniente; al fomentar la especulación, ya que se efectúan
según las ordenanzas del capital usurario internacional, y al prolongar los
suplicios sin cuento de la masa campesina, sometida a la propiedad latifundista
y exprimida por el agio, o desalojada de sus lares y sin trabajo en las urbes.
Al cabo, la modernización del agro no logrará consumarse en las condiciones
prevalecientes de explotación neocolonial. Nosotros apremiamos la confiscación
de la tierra de los grandes terratenientes y su reparto entre los campesinos
que la trabajen. Iniciativa elemental y viable que por sí sola entrañará un
salto hacia adelante como no lo han contemplado los colombianos desde los
fastos de la Patria Boba. Las heredades feraces y deficientemente atendidas
pasarán de inmediato a ser cultivadas por millones de manos ansiosas de rozar y
de arar. Vuelco extraordinario en las regulaciones económicas y en las
costumbres; desatascamiento de las
formidables fuerzas productivas del campesinado, echadas a andar redimidas por
fin de la coyunda del semifeudalismo, y a la vez de la del imperialismo, pues
no se puede cortar la una sin cortar la otra, y cuyos frutos erigirán la base
del desarrollo próspero, autosostenido e
independiente de Colombia. Su defensa
será la refutación apabullante de la alharaca de las clases dominantes y de sus
epígonos de la oposición oficializada acerca de la “revolución verde”, las “bonanzas” y las reformas agrarias que
asolan e hipotecan el país a las agencias prestamistas internacionales, redundan en mayores impuestos para el
pueblo, engordan los bolsillos de
latifundistas y burócratas y desembocan
infaliblemente en la importación desenfrenada de alimentos y en el
encarecimiento del costo de la vida. Si conducimos airosamente esta
confrontación teórica y política y no transigimos, los pobres del campo que luchan
por el derecho a la tierra y antaño distinguían mal quiénes eran sus amigos y
quiénes sus enemigos, ya no querrán oír de los emplastos ofrecidos por
imperialistas y oportunistas y tenderán la mano fraterna a los obreros, sus
leales compañeros de trinchera. La revolución a nada habrá de temerle entonces.
La gallarda figura del proletariado se erguirá con la complexión y fortaleza de
un campeón invencible y recibirá en premio la presea anhelada de una Colombia
libre y democrática.
LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA DE
LIBERACIÓN NACIONAL DARÁ PASO A UNA REPÚBLICA INDEPENDIENTE Y POPULAR;
CRISÁLIDA DEL SOCIALISMO Y LA DICTADURA OBRERA.
Jamás
arribaremos al socialismo sin la soberanía nacional ni las transformaciones
democráticas; de ahí la perentoriedad de enfrentar las contracorrientes
burguesas y revisionistas que deforman tales objetivos, los supeditan a
intereses subalternos o los dejan a mitad del camino. Incluso se presentará un
cierto grado de desarrollo del capitalismo colombiano, como consecuencia de la
demolición de la talanquera imperialista y de la reactivación de que gozará la
economía individual campesina. Lo cual es beneficioso y forzosamente no
conlleva un distanciamiento de nuestra meta superior sino una aproximación,
debido a que la clase obrera, al construir la nueva república independiente y
popular, disfrutará de ventajas indisputables. En primer término, contará con
la confianza del pueblo y en particular del campesinado, que habrán aprendido a
identificar su felicidad con los éxitos del partido proletario. En segundo
término, ejercerá un control eficaz sobre el capitalismo y el comercio no
monopolistas, tolerados y protegidos, y propiciará la gradual cooperativización
de las actividades productivas más rezagadas, puesto que tendrá bajo su
influencia un sector económico estatal vigoroso, acrecido con la
nacionalización de los monopolios extranjeros y colombianos, de los medios
fundamentales de transporte y de los recursos naturales estratégicos. Todos
estos factores de planificación e inspección constituyen elementos embrionarios
de socialismo, e irán estampando progresivamente su impronta en el conjunto de
la producción social. En tercer término, la burguesía nacional, propensa
naturalmente a la vida capitalista, hallará cada vez menos condiciones
favorables para sus propósitos: en el interior, por los aspectos señalados; y
en el exterior, porque el capitalismo, cuya curva descendente la marca su
mutación en imperialismo a finales del siglo pasado y comienzos del presente,
se bate en retirada acosado por los pueblos del mundo. Un eventual triunfo
burgués en la Colombia liberada provocaría de inmediato el repudio de las masas
trabajadoras; y el espaldarazo extranjero provendría de los trusts expropiados
por la revolución, o del socialimperialismo soviético, con la secuela de
volverse a proyectar la vieja película del pillaje, la opresión y la escasez, y
el correspondiente reavivamiento de la encarnizada resistencia de la nación.
Semejante victoria se parecería a una derrota; ni siquiera los burgueses
nacionales eludirían el retorno a su antiguo estado de constreñimiento y el
país pondría de nuevo su mirada esperanzada en el proletariado, único guardián
insobornable de la soberanía y bastión insustituible del progreso. Y en cuarto
término, combatimos por la liberación y la grandeza de Colombia en un tramo
bastante adentrado de la era socialista, inaugurada por la gloriosa Revolución
de Octubre de 1917. No vivimos los tiempos de la Santa Alianza cuando la
conformación de las naciones y la defensa de la democracia correspondían a la
burguesía revolucionaria, y los pueblos se enfilaban normalmente hacia el
capitalismo, como los colombianos lo intentaron de manera tenaz aunque poco
plausible, después de expulsar de su suelo a la monarquía española. Hoy la
salvaguardia de la autodeterminación nacional de los países y el resto de las
conquistas democráticas son tareas encomendadas a la clase obrera
internacional, quien las apoya, las dirige y las encauza al socialismo. Tal el
sello de la época. Los imperialistas corren fatalmente hacia la fosa, sean
cuales fueses sus manifestaciones o los avances y retrocesos circunstanciales
de la lucha revolucionaria. Todas las contiendas por la libertad y los derechos
de los pueblos, por la ciencia y el progreso, por la convivencia civilizada de
las naciones y la paz universal, se enmarcan en la revolución mundial
socialista y solamente a ella sirven.
Notificado acerca de las prelaciones descritas el proletariado colombiano ha de acometer la revolución democrática de liberación nacional, llevarla hasta sus últimas consecuencias y establecer bajo su dirección un Estado de unión de las clases, capas y partidos patrióticos y revolucionarios. La república independiente y popular así surgida será la crisálida del socialismo y de la dictadura obrera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario