sábado, 19 de julio de 2014

Palestina vencerá. El imperialismo norteamericano es un tigre de papel.

“No habrá paz en el medio oriente mientras los territorios árabes ocupados y los  derechos nacionales de palestina no sean recuperados.”

Estados Unidos de Norteamérica en 1948 le impuso a la ONU la aceptación de la creación del estado de Israel. A principios del siglo XX El Medio Oriente lo tenían convertido en  coto de caza otros imperialismos diferentes al de EEUU como Inglaterra, Francia y Alemania. Cuando comenzaron a descubrirse los riquísimos yacimientos petrolíferos en la región y se visualizó su importancia geopolítica, la Metrópoli del Norte decidió como asunto de primer orden afincarse en estas tierras. Es así como promueve la inmigración de judíos de todas las partes del mundo hacia la región de Palestina, y su asentamiento físico por medio de la fuerza.  Para justificar este acto de pillaje utilizan al sionismo internacional y sus doctrinas usurpadoras que se soportan en unas ideologías disfrazadas de religiosas pero que en el fondo no son más que el accionar de unos piratas internacionales que solo buscan el lucro económico y político al servicio de la potencia más rapaz y criminal de la historia de la humanidad, como son los Estados Unidos de Norteamérica.

El Estado de Israel es la cabeza de playa sobre la que EEUU asienta todo un perverso plan de agresión contra el pueblo árabe, que había iniciado un gran movimiento de liberación para sacudirse del yugo imperialista de los ingleses, franceses y alemanes. Israel oficia en la región de testaferro de los EEUU en su intención de apropiarse de los recursos naturales del Medio Oriente. Es el odioso gendarme que sin ningún empacho ha emprendido campañas punitivas y de conquista de territorios contra todos sus vecinos en 1948, un día después de haber sido reconocido por la ONU, en 1956, en 1967 y en 1973; amén de todas las acciones que a diario ejecuta contra el pueblo palestino. 

Israel es una base militar gringa asentada en Oriente Medio. Solo subsisten mediante el sustento militar y económico de los EEUU. Los sionistas con el apoyo de este imperio desterraron de su milenario territorio a millones de palestinos y los confinaron a campamentos de refugiados en la mayoría de los países árabes vecinos. Los han perseguido por décadas ejerciendo un vergonzoso genocidio contra ellos con la complicidad y el silencio del “mundo libre”. La humanidad jamás olvidará la masacre de Sabra y Chatila en Beirut de 1982. 

Luego de la 2ª Guerra Mundial el nuevo colonialismo ejercido por los EEUU cometió en corto tiempo toda clase de agresiones contra los pueblos árabes. Transgrediendo  la voluntad de los países de la cuenca del Mediterráneo estableció allí de manera ilegal la VI Flota Naval para ejercer el chantaje y la extorsión contra ellos. Se inmiscuyeron en el Medio Oriente a través del Pacto Militar de Bagdad, imponiendo el control militar a varios países árabes. Desembarcaron tropas en el Líbano en 1958 y han intervenido en todos las naciones árabes.

El pueblo palestino y los demás pueblos árabes pertenecen al Tercer Mundo; ellos, como los demás pueblos asiáticos, africanos y latinoamericanos, sufren la intervención de los imperialistas en sus asuntos internos, el atropello a sus derechos nacionales y el saqueo de sus recursos naturales

Para detener la agresión a la que han venido siendo sometidos por décadas, el pueblo palestino decidió enfrentar a sus agresores de la misma forma como estos los agreden. Mediante su lucha han creado una situación revolucionaria en el Medio Oriente, han ganado simpatía y apoyo de todo el Mundo. Tanto es así que los EEUU y el mismo Israel han tenido que reconocer la existencia de un estado palestino, con la designación de unos territorios que permitan su existencia y desarrollo económico, político y cultural.

Una causa justa es invencible y gana amplio apoyo en todas partes. El pueblo palestino a la postre vencerá. Un país pequeño cuando se decide a levantarse contra su agresor por más grande que sea puede derrotarlo. Eso sí llevando una línea y dirección correctas como guía. Las derrotas infligidas contra la gran potencia imperialista de los EEUU y su poderoso ejército, por Viet Nam Y Camboya en los años 70, lo demuestra.  El imperialismo norteamericano es un tigre de papel; lo dijo Mao Tse Tung. Son una potencia que por mucho poder que ostente en estos momentos, son una fuerza política en decadencia puesto que sus postulados y doctrinas son caducos y pertenecen al pasado; por tanto algún día tendrán que fenecer.


jueves, 17 de julio de 2014

Palestina y el pueblo israelí derrotarán el sionismo expansionista, testaferro del imperialismo.

Terminada la segunda guerra mundial los pueblos árabes que durante décadas habían sido sometidos por las diferentes potencias imperialistas, iniciaron un creciente movimiento de liberación nacional. Para controlar esta ola incontenible, el Imperialismo Norteamericanos  y sus demás socios en unión con el Sionismo internacional impusieron la creación del “Estado de Israel” el 14 de mayo de 1948, como punta de lanza contra los pueblos árabes. Un día después las hordas sionistas emprendieron una guerra de agresión quemando, asesinando y saqueando todos los poblados de los primitivos ocupantes de estas tierras. Más de un millón de árabes que vivieron durante generaciones en estas regiones, fueron expulsados de ellas convirtiéndolos en refugiados.

Los agresores norteamericanos corrieron enseguida a firmar con el gobierno israelí una serie de tratados para proporcionarles gran cantidad de armamentos y financiación. Esta ayuda se ha incrementado a través de los años de forma ininterrumpida. En 1956 los judíos inician una nueva guerra de conquista de territorios cual ejército hitleriano y que denominaron la Campaña del Sinaí. En sus actividades expansionistas Israel contó con el absoluto respaldo de EEUU, Inglaterra y Francia quienes no solo fueron solidarios con el exterminio del movimiento de liberación de los pueblos árabes, sino la forma de hacer presencia en la región para lucrarse de los riquísimos yacimientos petroleros y aprovechar su estrategia geopolítica.

En 1967 Israel y sus compinches nuevamente desatan otra  guerra de agresión contra los países árabes invadiendo y ocupando la orilla occidental del río Jordán, la Península del Sinaí y otros territorios que totalizaron una extensión de 65.000 kilómetros cuadrados. Esta expedición punitiva fue bautizada con el nombre de la “Guerra de los seis días”. Desde entonces las agresiones de los sionistas contra los pueblos árabes han sido pan de cada día, con el apoyo y beneplácito de los imperialistas norteamericanos. Como era de esperarse sistemáticamente se han negado a devolver los territorios usurpados. 

Los pueblos oprimidos no pueden coexistir pacíficamente con sus opresores, la opresión genera resistencia y rebelión. Las comunidades árabes agredidas y expulsadas de sus territorios no tuvieron otra alternativa que oponer la guerra patriótica a la guerra agresiva y liquidacionista del estado sionista. En 1965 los palestinos bajo el mando de “Al Fatah” crean sus propias milicias. Posteriormente se suman a este propósito el Frente Popular de Liberación Palestino en Diciembre de 1967 y la Organización para la Liberación de Palestina  en Febrero de 1968. Los obreros y campesinos palestinos componen el 65% de este frente de lucha por la patria Palestina. La justa lucha del pueblo palestino se ganó la simpatía de todos los pueblos árabes y los gobiernos democráticos del mundo.   

Para los años 70 no solo fueron los EEUU quienes entraron en la liza por disputarse las esferas de influencia en la caliente área del Medio Oriente. La Unión Soviética y los imperialistas norteamericanos trataron inútilmente de impulsar una “solución pacífica” al problema palestino con el único objeto de desmovilizar las milicias del pueblo Palestino y lograr de este modo la repartija pacífica entre sí y sin problemas, de las esferas de influencia del Medio Oriente. Incluso llegaron a apoyarse en gobiernos reaccionarios como el de Jordania para exterminar las milicias palestinas. Los 2 grandes imperios de la época buscaban servirse de la confusión y las dificultades por las que atravesaban en esos momentos los pueblos árabes para negociar entre ellos a expensas de sus  derechos nacionales con miras a dividirse los importantes lugares estratégicos, los recursos naturales y las áreas de influencia.

La perniciosa influencia en la región de los imperialismos de todas las pelambres y el mantenimiento de un gobierno agresor y militarista como el de Israel, es lo que ha impedido que la situación en el Medio Oriente se resuelva.

Por otra parte el pueblo israelí también se ve afectado por la política expansionista del sionismo en el poder. La intensificación de la agresión sionista para esclavizar a Palestina y otros pueblos árabes, lleva al fortalecimiento de la reacción interna y de los imperialistas, dimanando en la esclavización del pueblo israelí. La relación directa entre la política expansionista en los externo y la política reaccionaria en lo interno, está siendo comprendida cada vez más por amplios sectores del pueblo israelí que, al experimentar por sí mismo la justeza del principio formulado por Marx de que “el pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre”, hará causa común con los pueblos árabes hasta sacudirse el yugo imperialista y sionista.

Basándose en sus propias fuerzas, el pueblo palestino continuará su lucha por recobrar el legítimo derecho a la existencia nacional y del regreso a sus hogares. La lucha de los pueblos oprimidos por la autodeterminación en su vida interna y por su existencia nacional es apoyada por los otros pueblos del mundo. Innumerables hechos prueban que quien sostiene una causa justa gana amplio apoyo, mientras que quien sostiene una causa injusta carece de apoyo. Un país débil puede derrotar a un país poderoso, un país pequeño puede derrotar a un país grande. Siempre que el pueblo de un pequeño país se levante en lucha, se atreva a rechazar al agresor de igual  manera como este lo agrede,  y tome en sus manos el destino de su propio país, podrá indefectiblemente derrotar la agresión de un país grande. Esa es una ley de la historia.

Compendio de un artículo publicado por el periódico TRIBUNA ROJA No. 8 de Diciembre de 1972.


viernes, 4 de julio de 2014

CONCEPCIÓN MARXISTA DEL PROBLEMA AGRARIO.

Este artículo fue publicado en el periódico del MOIR, Tribuna  Roja No.3, en Noviembre de 1971.

Habrá quien cuestione por qué se republica un artículo escrito hace 43 años. La respuesta es  que nunca ha perdido su validez histórica y que hoy más que nunca mantiene su vigencia. Las estadísticas sobre las que se basa este artículo son las del último censo nacional agropecuario realizado por el gobierno, hace precisamente 43 años. 

Puede ser que las  cifras hayan cambiado, pero relativamente las de hoy con las de hace 43 años, guardan una proporción que en nada varía la almendra de lo que aquí se plantea. En esencia las causas del  atraso en el campo de hoy no  se han modificado respecto de las de hace 43 años y más;  vayamos a los albores del nacimiento de la república. 

A los más “rojos” de la izquierda del siglo 21 se les olvidó el problema agrario colombiano  en consonancia con lo que  aquí se plantea. Están buscándole la cuadratura al círculo  tratando de inventar lo que ya está inventado. Dicen que el campesinado pobre colombiano ya no peleará por su reivindicación más sentida que es la lucha por la tierra.

Los nuevos magos de la revolución no quieren reconocer la necesidad de  redistribuir  la propiedad rural para llenar el campo colombiano de nuevos propietarios. Hablan de la masificación de los empresarios agrícolas y la proletarización del campesinado pobre, de los aparceros y de los pequeños propietarios.

Más bien algunos  tratadistas de la burguesía colombiana se han atrevido a reconocer el replanteamiento de la propiedad rural en aras de equilibrar el tremendo desajuste que allí se ha venido presentando desde hace 200 años y  agudizado aún más de hace 25 años para acá. 

Víctimas del doble yugo del imperialismo yanqui y de los terratenientes, los campesinos colombianos se debaten en la explotación, el atraso y la miseria.

Según estadísticas oficiales, un millón trescientas cincuenta mil familias campesinas poseen 6.300.000 hectáreas, mientras que 18.200 propietarios poseen 10.200.000 hectáreas, o sea que el 94.5 por ciento de los propietarios tiene el 28.6 por ciento de la tierra y el 1.3 por ciento el 46.4. Desde el punto de vista de la tenencia de la tierra, estos son los dos polos fundamentales de la contradicción en el campo colombiano.

Sin embargo, y de acuerdo con las mismas estadísticas, la contradicción es mucho más aguda, ya que un millón de campesinos pobres posee solamente un millón trescientas mil hectáreas. En el otro extremo de la contradicción, hay 636 grandes terratenientes poseedores de siete millones de hectáreas. En promedio, cada uno de estos grandes terratenientes posee más de 11.000 hectáreas, cuando cada familia campesina tiene menos de una hectárea y media para subsistir, sin contar los centenares de miles de asalariados agrícolas que no tienen tierra en absoluto.

Esta abismal diferencia en la posesión de la tierra perpetúa en el campo colombiano un sistema atrasado de producción basado en el sojuzgamiento y la explotación de los campesinos por parte de la minoría terrateniente. Los terratenientes mantienen al campesino en una situación de dependencia económica, lo explotan mediante las más variadas y complejas formas de servidumbre, como el pago en trabajo, en especie o en dinero. Este sistema, en esencia feudal, es causa del estancamiento de las fuerzas productivas, conserva las técnicas y procedimientos más rudimentarios de explotación de la tierra.

La tierra cultivable en Colombia son 35 millones de hectáreas, sumando las grandes extensiones de los terratenientes, los pequeños y medianos predios de los campesinos pobres y medios, las haciendas de los campesinos ricos, las propiedades y concesiones de los grandes monopolios, las sabanas comunales, los resguardos de indígenas y las posesiones estatales. De este gran total, 30 millones de hectáreas están dedicadas a ganaderías extensivas y sólo tres millones se utilizan en cultivos agrícolas. Aproximadamente 21 millones de hectáreas de las tierras ganaderas son pastos naturales. En agricultura mecanizada hay únicamente 800 mil hectáreas en las que se aplican técnicas de cultivo relativamente modernas.

El dominio del poder terrateniente en el campo colombiano entraba la producción agrícola, convirtiéndose en un aliado natural del Imperialismo Norteamericano al permitir de esta manera que el Estado oficie como comprador de excedentes agrícolas estadinenses con el perverso pretexto de que aquí no los producimos, por lo  que se debe “velar por la seguridad alimentaria” manteniendo surtidos los graneros de la nación a costa de la quiebra y la miseria del campesinado colombiano. 

LA TRABA IMPERIALISTA

Pero el sistema de explotación terrateniente no es la única causa del atraso y la miseria de los campesinos. A ésta se agrega otra que es la principal: la dominación y la explotación neocolonial del imperialismo yanqui sobre la nación colombiana. El imperialismo obtiene jugosas ganancias mediante el saqueo de los recursos naturales y materias primas del país, la venta obligada de los productos de la industria norteamericana y las inversiones del capital tanto en la ciudad como en el campo.

Los gigantescos monopolios norteamericanos no sólo despojan a Colombia de sus minerales, maderas y petróleo, sino que destinan también inversiones a la explotación de la caza y la pesca. Estos monopolios gozan de concesiones que les dan posesión sobre inmensas extensiones de tierra, de las cuales desalojan violentamente a indígenas, colonos y pequeños agricultores. Las regiones que sufren la expoliación imperialista quedan a la postre completamente arrasadas.

A través de distintos institutos de mercadeo, crédito, educación e investigación, el imperialismo ejerce un riguroso control sobre la producción agropecuaria del país. Los programas de extensión e investigación adelantados por el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), por ejemplo, están destinados a promover la venta de semillas “mejoradas”, fertilizantes, insecticidas y todos los demás productos de los monopolios agroquímicos. Cosa semejante sucede con los programas del Instituto de Mercadeo Agropecuario (IDEMA) orientados principalmente a colocar excedentes agrícolas y pecuarios de los Estados Unidos en el mercadeo nacional. Por intermedio de la banca oficial y demás organismos financieros el imperialismo controla y distribuye el crédito. Con estos y otros instrumentos de dominación el imperialismo yanqui estanca o destruye determinados renglones de la producción agropecuaria nacional, según le convenga a sus insaciables intereses.

Luego de la apertura de César Gaviria Trujillo de 1990, se inició el desmonte de todas las empresas estatales feriándolas a precio de gallina flaca. Uno de los sectores que ameritaba con más urgencia de esta acción  fue el agropecuario. El  INCORA luego del Pacto de Chicoral lo habían venido marchitando; el IDEMA ya no era necesario puesto que el reinado de la economía de mercado “regularía” los precios de los alimentos y la intervención estatal representaba nada más que una herejía, así en el 2013 luego del Paro Nacional Agrario el gobierno de Juan Manuel Santos le hubiere  tocado comprarle la producción  a los paperos quebrados. El ICA lo convirtieron en el correveidile de las multinacionales productoras de semillas y  pesticidas. La hoja de ninguna planta se mueve en Colombia sin el permiso  de Monsanto, por ejemplo.

El pillaje imperialista cae como pesada carga sobre el pueblo. Sólo dos clases, infinitamente minoritarias, traidoras a Colombia y enemigas del progreso, sacan beneficio en su condición de aliadas irrestrictas de los dominadores extranjeros: la gran burguesía que, empotrada en los organismos claves del Estado, participa como intermediaria en los negociados del imperialismo; y los grandes terratenientes, cuyo sistema de explotación sobre los campesinos se ve apuntalado por la dominación neocolonial.

REFORMA AGRARIA   

Desde la aprobación de la Ley 135 de 1961, que creó el INCORA, la reforma agraria en Colombia lleva 10 años de ser aplicada por los cuatro gobiernos del Frente Nacional. Ha quedado en esta década plenamente comprobada la naturaleza de la reforma agraria oficial. Una reforma hecha por el imperialismo yanqui para aumentar sus ganancias y consolidar su dominación, a la vez que estrangula la producción nacional y protege el sistema de explotación terrateniente.

Todos los programas del INCORA dependen de los préstamos de los organismos financieros imperialistas efectuados en condiciones gravosas para la economía y la soberanía del país. En turbios negocios se ha comprado a los terratenientes tierras de la peor calidad a los mejores precios. Se obliga a los campesinos “beneficiados” con los créditos a comprar productos norteamericanos y ganado a los terratenientes, hipotecándolos de por vida. Con las obras de infraestructura se adecúan y valorizan las grandes fincas. Sólo se han entregado 100.000 títulos de propiedad a los campesinos, de los cuales 90.000 corresponden a tierras de colonos. Los 10.000 restantes son contratos de venta de pequeñas parcelas con plazos hasta de 20 años. Ninguno de estos “nuevos propietarios”, ni los campesinos que reciben créditos, ni los de las llamadas “empresas comunitarias” pueden disponer libremente de la tierra.

El Frente Nacional a través del INCORA ha gastado alrededor de 7.000 millones de pesos en la reforma agraria. En realidad esta cifra es tres veces más grande, si se le suman los fondos del IDEMA, del ICA, del INDERENA y del resto de organismos estatales o semi-estatales, cuyos presupuestos también contribuyen a financiar la política oficial agraria. Las enormes erogaciones no han repercutido favorablemente en la producción agropecuaria. Por el contrario, ésta ha disminuido en relación al aumento de la población. En los últimos años Colombia ha efectuado importaciones de casi todos los productos alimenticios, desde trigo, maíz, cebada, hasta huevos y leche. Buena parte de estos productos, procedentes principalmente de los Estados Unidos y que ocasionan al país una salida constante de divisas, son materias primas que el gobierno importa y luego vende, con pérdidas, a empresas norteamericanas de alimentos instaladas en Colombia. La llamada reforma agraria “integral” es un negocio integral del imperialismo yanqui, a costa del estancamiento de la producción nacional y de la miseria del pueblo.

En 1990 cuando se inició la APERTURA gavirista se importaban 700.000 toneladas de productos agropecuarios. Para finalizar el año 2008 se estaban importando 9.800.000 toneladas. Solo en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez desde que inició a 6 años después, había incrementado  las importaciones agropecuarias en tres millones de toneladas.

Otra cuestión de capital importancia para el imperialismo y las clases dominantes colombianas en su política de reforma agraria ha sido la pretensión de dirigir al campesinado mediante la creación a nivel nacional de una “organización campesina” controlada y subvencionada por el Estado.

Los más distinguidos promotores de la reforma agraria oficial, quienes no hacen más que repetir al pie de la letra, como Carlos Lleras Restrepo, las orientaciones impartidas por el imperialismo yanqui, insisten en la necesidad de una “organización de campesinos” que someta mansamente las masas rurales a los abusos de los terratenientes y de las autoridades y que colabore en el campo al estricto cumplimiento de las leyes. Para crear una organización de esa naturaleza, el Estado montó todo un aparato burocrático de funcionarios especializados y ha venido preparando “líderes” en cursos de “capacitación campesina”.

La extrema izquierda colombiana se dejó embelesar por los cantos de sirena lleristas y sus empresas comunitarias. A ellos les pareció que el mismo Estado estaba promocionando el socialismo en el campo con las tales empresas comunitarias, y soñaron que la burguesía colombiana refundaba las cooperativas agrícolas de la URSS de los años 30, en nuestro territorio. Dócilmente se pusieron al servicio del Estado comandando la ANUC, que fue la organización campesina de bolsillo promovida por los enemigos de los propios campesinos. 

REVOLUCIÓN AGRARIA    

1971 ha registrado muchas luchas de obreros y estudiantes. Sin embargo, se puede afirmar que éste es un año especialmente rico en combates campesinos.

Centenares de fincas han sido invadidas por miles de campesinos en todos los departamentos del país. Las invasiones son un rechazo categórico a la política agraria del imperialismo yanqui y sus lacayos, la prueba contundente de que esta política ha fracasado. Los campesinos, ejecutores principales de la revolución agraria, se levantan y comienzan a hacer valer su derecho de únicos y legítimos dueños de las tierras que trabajan.

Al fragor de estas primeras batallas y enarbolando la consigna de “la tierra para el que la trabaja”, los campesinos han empezado a crear sus propias organizaciones, independientes del tutelaje de las clases dominantes y conformadas por los campesinos pobres y medios.

Por experiencia propia las masas campesinas han ido descubriendo quiénes son sus amigos y quiénes sus enemigos. Saben que los agentes del Gobierno buscan dividirlos, amarrarlos de pies y manos y entregarlos indefensos a los explotadores. Han aprendido que para emanciparse de la explotación del imperialismo y de los terratenientes tienen que librar luchas supremamente duras y largas, luchas que adquirirán las formas más elevadas. Y con la ayuda de las organizaciones proletarias han venido comprendiendo que su más íntimo amigo es la clase obrera, que la alianza obrero-campesina y la dirección obrera es la salvación y única garantía del triunfo.

De toda la situación anteriormente descrita se desprende que la lucha de los campesinos colombianos está dirigida no sólo contra la clase terrateniente sino principalmente contra el imperialismo, y hace parte entrañable de la lucha del pueblo colombiano por la liberación nacional. La lucha campesina es la esencia misma de la revolución colombiana en la presente etapa, una revolución antiimperialista y antifeudal de las amplias masas populares bajo la dirección de la clase obrera. Esta es la concepción proletaria, la concepción marxista-leninista del problema agrario, el único enfoque correcto de la realidad nacional y del desarrollo histórico de la sociedad colombiana.